Aquí en Huelva, muy cerca de nuestras casas, hay un asentamiento donde hemos contabilizado más de 1.500 personas de origen subsahariano, viviendo al límite ante la impotencia de unos y el desinterés de otros. El genial Chumy Chúmez publicó una vez un dibujo donde un mendigo le decía a otro: “Lo peor del hambre… es el frío”. La pobreza en Huelva está iregularmente distribuida en pueblos y ciudades, agrupando mayoritariamente personas procedentes de Africa y Europa del Este, casi siempre en situación irregular.

Según un estudio realizado el pasado noviembre por Cáritas y la Federación de Asociaciones de Centros para la Integración y Ayuda al Marginado (FACIAM) sobre la situación de las personas sin hogar, en España se contabilizan alrededor de 30.000 personas sin techo, eso sin tener en cuenta el contingente de personas procedentes del sur que diariamente llegan a nuestras costas sin nada más que lo puesto y su esperanza de una vida mejor. Muchos de ellos sobrevivirán trabajando en lo que puedan, haciendo trabajos ocasionales, pero con poca o ninguna posibilidad de regularizar sus «papeles».

Contra esta cifra de 30.000 -como mínimo- personas sin techo, está la capacidad real de los albergues: 10.000 plazas a contabilizar en todo el territorio español. Poco, si consideramos que sólo en Andalucía, hay un millón de personas que vive en el umbral de la pobreza, y que 300.000 personas se encuentran en la pobreza severa.

La mayoría de las 10.000 plazas ofertadas en albergues y centros de acogida ofrecen cobertura de las necesidades básicas, es decir, techo y cama, sin apenas intimidad. A esto se le añade la alarmante reducción del presupuesto destinado a los albergues públicos, que en el año 2000 fue de un 4,5% respecto a 1997, y un no menos importante descenso del 40% en la población de personas atendidas.

Por otro lado, en el mismo informe destacan que un gran número de centros están orientados al tipo «tradicional» de población -varón, solitario y de mediana edad- a pesar de que el perfil de las personas sin hogar ha cambiado y está cambiando mucho en los últimos años ya que ahora hay «nuevas situaciones» como las personas con enfermedades mentales, inmigrantes, y los que vienen en pareja o con toda la familia.

Nosotros entendemos que la relación de ayuda con las familias en situación de pobreza económica no puede seguir sosteniendose sobre una base de limosna, a veces ridícula e incluso paternalista, que produce aún más humillación en el pobre. Por eso estamos trabajando contra viento y marea para conseguir, al menos, ponerle un techo a la noche.